Nos ha tocado jugar la vida en “la liga” de la Cultura Occidental. Ello nos proporciona muchos privilegios frente a otras ligas, que se disputan en territorios menos favorecidos. Por contra, vivimos a un ritmo muy exigente, donde todo cambia mucho y demasiado deprisa. Estamos atrapados en una montaña rusa con contínuos sube y baja… Para obtener buenas puntuaciones en esta liga, se debe consumir mucho y pagar muchos impuestos o, conseguir que otros lo hagan por tí. El éxito es la meta, pero ¿quién lo define?. Tenemos una legión de políticos chupándonos la sangre, eso sí, dicen que trabajan duro, para que nosotros podamos vivir bien. (No sé si creermelo).
Es curioso que, en estos tiempos donde los “selfis” abundan, resulta muy difícil conseguir una imágen nítida de nuestro ser moral, espiritual o simplemente de nuestro papel cósmico. Son muchos los que sienten la necesidad de hacer una pausa en su vida y bajarse de esa montaña rusa. Abrir un paréntesis que les permita situarse frente a sí mismos y valorar su ser desde una más amplia perspectiva.
Según las estadísticas, son cada año más los que optan por encauzar esa inquietud, buscar esa perspectiva clarificante emprendiendo el “Camino de Santiago”. No es mala elección, pero tampoco es moco de pavo.
En el invierno de 2018 fuí peregrino. Dejando al margen el beneficio “espiritual”, que sólo a mí incumbe, adquirí una gran experiencia técnica en su planificación y ejecución.
Siendo 2020 Año Santo Compostelano, deseo publicar esos conocimientos y esa experiencia (que probablemente volveré a poner sobre mis botas en 2021), por si pudiere serle de utilidad, a todo aquel potencial peregrino que a este humilde blog llegare; más de milagro que por intercesión de san Google. En sucesivas entradas compartiré fragmentos de mi «diario del peregrino». Haciendo hincapié en la fase de planificación y entrenamiento.
