Me encontraba en una encrucijada: ¿Desde dónde empezar?
Como ya mencioné, según los «ayatolás» de la peregrinación, debería empezar desde donde vivo, es decir, desde Huesca.
Por otra parte, podríamos decir que la vida de una persona empieza, donde comienzan sus recuerdos. Mis recuerdos más antiguos con localización segura, tanto geográfica como temporal, tienen su origen en Espinal con 3 años de edad (a escasos 5km. de Roncesvalles). Por lo que me apetecía empezar desde Roncesvalles. Es más, el Camino pasa justo al lado de las ventanas de la casa donde vivía.
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Finalmente me incliné por una solución de corte salomónico:
Haría tres etapas desde Huesca, que me servirían como test definitivo, para comprobar si mi entrenamiento y equipamiento eran acertados. Algo así como la «vuelta de reconocimiento» en Fórmula1. Posteriormente me trasladaría a Roncesvalles, para atacar el Camino entero hasta Santiago.
Empezamos
Me convertí en peregrino el 11/02/20018 un domingo inicialmente frío y soleado, que evolucionó a más frío, gracias al Cierzo moderado y terminó, ya en Bolea, cubierto y lloviznoso.
Este era el programa del prólogo:
Huesca-Bolea: 22km; Bolea-Sarsamarcuello: 18,5km; Sarsamarcuello-La Peña estación: 23,5km.
Dadas las fechas y lo poco conocida que es esta sección del Camino, daba por sentado que la soledad iba a ser mi compañera estos 3 días… Andaba yo encaminando los pensamientos hacia mi mundo interior visualizando el Camino como metáfora de la vida, cuando antes del 5º km., diviso una silueta renqueante con pintas de peregrino. Casi no me lo puedo creer: ¡dos peregrinos en el mismo día por estos andurriales!. Esto va ha ser un tumulto… Confirmado, es Mary una australiana sobredimensionada, tanto ella como su mochila, razón por la cual tenía que parar bastantes veces a descansar. Venía desde Monserrat.
La mayoría de los angloparlantes, al venir con el inglés de serie, consideran que ellos están exentos de estudiar otros idiomas. Si a ello le sumamos que a mí el «pichinglis» nunca me ha gustado, que aún nos deben Gibraltar, el Brexit y que estamos en España. Todo ello da como resultado, que no tenga muchas ganas de esforzarme con la comunicación. Además, con la particuliaridad de que a los extranjeros, automaticamente, me sale hablarles en alemán.
Estamos en el pueblo de Chimillas, ella ya tiene que parar en el bar, me despido hasta Bolea.
Bolea
-«Mi primer albergue es muy frío, sin calefacción y con una distribución poco adecuada. Hay un pequeño calefactor, que escasamente valdría para una caseta de perro. Me voy al bar-restaurante de la villa, ‘casa Rufino’ donde estaré caliente, cenaré y esperaré hasta la hora de dormir…» De regreso en el albergue, Mary acaba de cenar algo poco apetitoso.
_»Buenas noches, yo ronco» (¡toma ya! eso si sabe decirlo en español)
La segunda parte de la frase es una mala noticia para mí, que los hechos confirmaron.
Al día siguiente la etapa es corta, por lo que me desvío a visitar las ermitas cercanas al Camino. Lo más significativo de esta etapa aconteció en Loarre. Pueblo eminentemente turístico que vive a la sombra de su famosísimo castillo medieval. Teníamos previsto abastecernos allí, pues en los siguientes 43km. no hay ninguna posibilidad, es uno de los «vacíos» más grandes del Camino. Resultó que, al ser lunes, absolutamente todo el gremio de la hostelería del pueblo cierra. No pude comprar, ni comer nada.
Sarsamarcuello
En Sarsamarcuello, pequeño pueblo de montaña, el albergue tiene buena distribución aunque no calefacción, se esperan -5ºC por la noche y sólo disponemos de otro humilde calefactor. Intento que la hospitalera me venda algo de comida. Generosamente me regala un frasco de tomate casero en conseva, arroz y un sobre de minestrone. Mientras doy un paseo por los alrededores, cojo un poco de laurel y romero, para saborizar la salsa de tomate que prepararé para cenar.
Los últimos rayos del Sol anuncian el desplome de la temperatura, entonces llega Mary con su bamboleante caminar. En algún momento debí perder la gorra de mi padre; afortunadamente ella la encontró y me la trae. En agradecimiento la invito a mi cena y me encargo del fregote, con el fin de que tenga más tiempo para descansar. No sin dificultades intercambiamos información general. Por la noche dejo el voluntarioso calefactor encendido, para que su monótono y constante ruido, enmascare los ronquidos inmisericordes de Mary. Funciona y consigo dormir mejor.
Amanece un día bajo cero y gris, en base a la falta de suministros ya he decidido finalizar la etapa en La Peña estación. Aprovecharé para desviarme a visitar las ruinas del castillo de Sarsamarcuello y posteriormente el Mirador de los Buitres.
Precisamente cuando me disponía a volver de allí comenzó a nevar. La nieve uajó rápidamente al estar el suelo helado, el paisaje ganó en belleza y peligrosidad. Había muchos charcos congelados, ocultos bajo el blanco manto. La pista forestal se había convertido en un auténtico «campo minado». Si pisabas una de esas placas de hielo invisibles, el resbalón estaba garantizado y la probabilidad de un aterrizaje forzoso no deseado era considerable. A pesar de que procuraba pisar donde se veía la nieve abultada, señal de que debajo había piedras que reducían el riesgo del patinazo, no pude evitar varios sustos. Afortunadamente, mi equilibrio de ex-esquiador de fondo me libró de males mayores.
La nieve también había borrado la tenue senda oficial, razón por la cual tuve que alargar unos kilómetros siguiedo la pista forestal, que da acceso al embalse de la Peña através de la Foz de Escalete. Esta foz es un espectacular y profundo tajo en la roca, que cualquier héroe legendario estaría orgulloso de atribuir a su espada. Allí sobrepasé a Mary; el agotamiento se dibujaba en su rostro, no quería gastar energía hablando. Me hizo señas para que continuara… estábamos a menos de 2km de mi meta, que no la suya.
La Peña estación
En la Peña estación, sólo hay un bar que da comidas y cierra a las 16h, al menos en invierno. Llegué entre mojado y húmedo. Lógicamente me acomodé en el primer espacio libre junto a un radiador, para recuperar calor y secar en lo posible guantes, poncho etc. La señora que atendía el bar resultó bastante desconsiderada, sólo se ocupaba de sus clientes habituales, que por cierto, no habían sufrido las inclemencias del tiempo. Tras bastantes minutos de espera, por fín, se dignó a interrogarme, para decirme que tendría que esperar indefinidamente para comer… Y llegó Mary, víctima de análoga desconsideración por parte de señora hostelera, después de conseguir tomarse un café con leche, continuó hacia Ena. «¡Tela marinera!». Estoy por asegurar que ese fué uno de los peores días de su vida, cuando menos, como peregrina… Cuando ya casi no quedaba nadie, mi paciencia tuvo recompensa y comí.
Puntualmente a las 16h me despachó, sabiendo que tendría que esperar al tren a la intemperie, con una temperatura entorno a los 2ºC, durante 3 largas horitas.
Conclusión
A toro pasado puedo afirmar, que durante este prólogo pude experimentar condensadamente todo lo que viviría entre Roncesvalles y Santiago. Gente amable y solícita, los más, junto con alguna excepción a la regla, las menos. Duras condiciones climáticas, que, además, obligaban a centrar la atención en el terreno que había que pisar, ello sumado a la interacción con otros peregrinos dificultaban enormemente hacerle un hueco a la ansiada meditación.
Sin duda, lo que más me impresionó de estos tres días y quizás de todo el peregrinaje, fué el tesón y la capacidad de sacrificio de Mary. La potencia de su motivación debía ser de las que pueden mover montañas.
Físicamente asimilé satisfactoriamente el esfuerzo, por lo que ya sólo tenía que poner fecha a mi traslado a Pamplona. Eso sucederá en la próxima entrada. Volver