Mi hermana, en adelante «Supervisión», preparó para cenar una receta muy elaborada de su invención. El ingrediente principal es la humilde acelga. Mientras limpiaba las hojas capturó 7 caracolillos, a cual más pequeñín. Lejos de facturarlos vía cubo de la basura, me pidió que hoy les buscará un buen lugar, donde poder disfrutar con plenitud de su condición de gasterópodos.
Como no podía rechazar semejante responsabilidad, planeé una caminata con potenciales panorámicas de alto nivel. Albergaba la esperanza de poder fotografiar desde «el Mirador de los Buitres» los mallos de Riglos emergiendo de la niebla. Si la blanca dama se mantiene por debajo de los 800m empezaré la caminata en Loarre.
Salgo pronto en busca del Sol. El plan empieza a torcerse, la niebla está demasiado alta. Precisamente la alcanzo en Loarre a 750m de altitud. Visto lo visto, o más exactamente lo no visto, decido acortar el recorrido y empezar a mover las botas en Sarsamarcuello.
Lo primero establecer a los 7 enanitos en su nuevo hábitat, donde gozarán de suculenta vegetación.
Empieza
………. la empinada ascensión hasta el mirador. Sigo las flechas amarillas que identifican la ruta jacobea. Pues sí, por aquí pasa el Camino de Santiago; concretamente el ramal que viene desde Monserrat y enlaza con el Camino Francés en Sta. Cilia de Jaca. Es más, en Sarsamarcuello hay un albergue para peregrinos. En febrero del 2018 me hospedé en él durante mi peregrinación. Hoy es la segunda vez que visito el pueblo.
La pendiente te hace entrar pronto en calor, se agradece el frescor de la niebla, algo positivo tenía que aportar. Como no se vislumbra su final, me entrego al recuerdo…
En el albergue coincidí con una peregrina australiana, «Mary Johns». ¡Mira que es difícil encontrarte con alguien en este ramal y en febrero!.
Teniendo en cuenta sus circunstancias físicas: de mediana edad. Tanto ella como su mochila estaban sobredimensionadas por exceso. En terreno favorable su caminar era renqueante. Me cuesta imaginar lo que tuvo que sufrir hasta llegar a Sta. Cruz de la Serós, sin apenas comida, con una climatología totalmente adversa y un terreno tan abrupto.
Recuerdo que empezamos la etapa a -5°C, y a los 5km empezó a nevar, en el bar restaurante de la estación de la Peña la atendieron muy mal. Continuó la ruta mojada y sin comer, por lo menos hasta Ena.
Toda mi admiración y respeto para ella, por su esfuerzo, voluntad y sacrificio. No volví a verla, aunque llegando a Burgos un peregrino alemán me dijo que iba 3 etapas por detrás.
Ya estoy llegando
………. a la cota más alta de la ruta (1040m) y por fin aparece el Sol a los 1030m. Las ansiadas panorámicas brillan por su ausencia. Al este, oeste y sur: nada. El gran blanco.
¡Uep! Aquello es el Moncayo, lo único que flota. Antes de que pueda hacer la foto, desaparece. ¡Demonios!. Vuelvo la vista hacia el norte: ¡Olé! El Pirineo nevado, antes de que pueda disparar, desaparece: ……………… en este espacio punteado, aprovechando que «emoji» ha sido elegida palabra del año, podéis añadir todos los emoticonos malsonantes que conozcáis, pues acababa de emitir mi último exabrupto de 2019.
Resulta que el mirador, visto desde la estación espacial, se ve como un pequeño islote soleado con tan solo 10m de margen en altura. El pequeño «oleaje» de la niebla provoca, que esta parte del planeta aparezca o desaparezca a su capricho.
Pero es que, además, ¡este anticiclón se merece matrícula de honor en cálculo! La cota superior de la niebla coincide exactamente con la altura máxima de los mallos. Mi plan ha fracasado estrepitosamente.
A base de paciencia y tesón consigo robarle a la «blanca señora» unas pocas fotos que tendré que complementar con alguna de las que hice como peregrino.
El descenso
………. lo tramité con sabor agridulce y lo más rápido que pude. Tendré que volver a intentarlo otro día.